Estaba solo en
casa. Hacía tres semanas que estaba aquí, pero yo soy una persona
de tempo lento. Aun me estaba adaptando. En proceso, para ser
exactos, de adaptación al medio. Era mi cuarto año estudiando fuera
de casa (de la casa de mis padres), y todavía se me antojaba la vida
sin mi familia como algo extraño, descompensado, incoherente. Como
si no debiera ser así realmente, como si fuese forzar la realidad
para que así fuera, pero realmente no el destino que yo me
mereciera, que a mí me aguardara.
En unos de estos
días, tranquilos, apacibles; cuando todavía no ha llegado el otoño,
aunque según la hora del día comienza a dejarse su presencia.
Llegué a casa de hacer algunos papeleos y operaciones burocráticas
en relación a mis estudios. Conforme llegue abrí una lata de
cerveza, de cerveza barata del supermercado. Ideal para la vida bajo
el auspicio de las vacaciones permanentes.
Era ese el estadio
en el que yo me encontraba mentalmente. Pero ya en el límite. Había
estirado la cuerda lo suficiente como para que rodaran cabezas. Lo
cierto es que no rodaron. Mis tres años anteriores no había dado
mucho de mi. Y todavía me sentía rebelde. Me autoconsideraba como
un pos-adolescente con suerte. Era cínico hasta el punto de afirmar
que mis padres no tenían otra cosa en que gastar el dinero. Cogía
el argumento orgulloso de mi padre encantado de pagarme mis estudios
y lo utilizaba para reirme de su posición. Nunca le dije nada de
esto a la cara. Como mucho me atrevía a vacilar y pavonearme delante
mi amigo íntimo. Muy valiente era yo por entonces, como se puede
notar. El tercer año había sido el peor, quizá todo fue
degenerando cada vez más, tensándose poco a poco, pero tensándose
en todo caso desde el principio. Conforme pasaba el tiempo más
sentía que tenía que escapar de la situación en que me encontraba.
Estaba estudiando una carrera que no me interesaba pero, ¿qué
carrera podía interesarme a mí? Ninguna, cada vez fui odiando más
la universidad, y la ciencia. Primero una cosa, y luego la otra. La
universidad me decepcionó mucho a nivel cotidiano, yo nunca me
preocupé demasiado de los funcionamientos internos, las estructuras,
las maneras de mandar unos sobre otros ni nada por el estilo. Yo vivo
en la cotidianidad. Tengo problemas con las perspectivas políticas y
contrariamente disfruto con la historia. En realidad lo que ocurre es
que disfruto con cualquier buena historia. Realmente es nefasto decir
que la historia que nos enseñan sea una buena historia, al menos
como es contada, pero en todo caso es una historia siempre genuina,
aquello que sucedió, y cada vez te puedes acercar más a la
actualidad, y siempre sabes que cuando te cuentan la historia se
pierde mucho más de la mitad de la verdad.
En la universidad
no se enseña nada, si vamos al caso, todo es pura pantomima. Si eres
un adolescente interesado por el mundo, que se deja penetrar por la
estimulación, que permite a su cuerpo vibrar ante la vida, en el
instituto es fácil que empatices con profesores, que sientas cariño,
calor, cercanía, deseo de empape mental. En la universidad no hay
nada de esto. Y creo que yo nunca supere eso. Yo necesito, quizá no
pasión, al menos no pasión reventada, saliendo a borbotones,
porque eso acaba pareciendome teatrero, más bien, diría contenida,
controlada; sincera, pero nunca desbocada. Y como decía, en la
universidad no se enseña nada. El que pueda que coja algo, y la
fuerza y el ímpetu quien lo tenga que lo saque, como si los
desarrollos de las personas estuviesen finalizado, y los
comportamientos, por tanto, fueran a permanecer estáticos, como si
ya estuvieran determinado, sellados, como si ya no fuesen posibles
nuevas configuraciones de las almas que estábamos allí presentes.
Ahora me veo y casi diría que soy lo contrario de lo que fui, eso
sería mentir, pero sin exagerar demasiado, me siento así.
A nivel de
contenido, mi carrera si me atraía, al menos ratos, cuando conseguía
empaparme sin ansiedad. Me costaba zambullirme en los textos,
necesitaba un buen rato de calentamiento para estar a punto, con los
latidos suficientes, los ojos relajados, los oídos pendientes de mi
mismo, nunca del exterior, en definitiva, concentrado.
Por otro lado, la
ciencia. Yo estudiaba ciencias sociales. En las ciencias sociales, de
un tiempo para acá, y hace ya varias décadas, puede que más de un
siglo, se asumió que no se podían establecer leyes universales.
Hay demasiados cambios. Se intentaba observar la sociedad como si
fuese un leopardo que se mueve por la sabana. El leopardo, por rápido
que se mueva, si se le observa, se le filma, se estudia su estructura
osea y muscular, sus comportamientos, su forma de supervivencia, ese
puede saber mucho de él. Y lo que se sepa, aunque de vez en cuando
puedan aparecer comportamientos y situaciones sorprendentes, queda
registrado y no cambia. Los humanos no podemos hacer una fotografía
de nosotros mismos en la que quede registrado todo lo que somos, y lo
que vamos a ser, ni siquiera cosas básicas; no a nivel social y
tampoco individual, psicológico, siendo estos palabros en realidad
inseparables.
La aseveración de
que era imposible establecer leyes universales infalibles no era en
el fondo más que un primer paso en el razonamiento de que las
ciencias sociales podían llegar al conocimiento, pero que este
conocimiento, no tiene la misma estructura que el conocimiento de las
ciencias naturales, como tampoco maneja el mismo tipo de verdades.
Digamos que los aspectos de la realidad que tratan las ciencias
sociales tienen que ver con sutilezas que están dentro de nosotros
enmarcadas en los humanos. Es decir, que los científicos sociales
son humanos que estudian humanos, a sus semejantes y a si mismos. El
nivel de pretenciosidad que supone el hecho de intentar alumbrar los
laberínticos túneles que el conocimiento plantea en este sentido es
muy superior al de las ciencias naturales. No quisiera yo quitar
mérito a las ciencias naturales, pues son inseparables de las
ciencias sociales, en el sentido de que aquellas están desarrollas
por humanos, e inevitablemente también son objeto de estudio de las
ciencias sociales. Y, he aquí una gran clave: objeto de estudio.
Estudio llevado a cabo por un sujeto.
El siguiente paso en el alejamiento, distanciamiento, de una rama de
la ciencia y otra, si es que esta segunda debe seguir llamándose
ciencia, por aquello de las dificultades de llevar a cabo un método
científico que no me levante las comisuras de los labios; el
siguiente paso consiste en acabar con el dualismo sujeto-objeto. Hay
que matar esa idea, superarla, por más duro que nos sea
sobreponernos a ello. Aun predomina, aun se enseña en esos términos.
Pero creo que la verdad está más cerca de la ida de que el
otro soy yo, he incluso lo
otro soy yo. Somos humanos, y de
alguna manera somos todos el mismo humano en tanto en cuanto vivimos
en el mismo mundo y nuestros antepasados vivieron en el mismo mundo y
compartimos la esencia. Albergamos como seres vivos las misma
potencia que los seres humanos que habitaban la tierra hace miles de
años, somos lo mismo. Y de alguna manera, aunque pueda parecer más
radical aun, también somos nuestro entorno, somos la naturaleza que
nos rodea y, como seres infinitamente creativos y potentes, somos
todas las modificaciones que hacemos en nuestro entorno. Nuestra alma
no solo llega desde la punta de los dedos de nuestros pies hasta el
extremo más alto de nuestro cabello sino que va más allá. Está en
lo seres con los que nos relacionamos directamente, y está en los
objetos con los que nos relacionamos directamente. Y esos objetos con
los que nosotros nos relacionamos y también con las personas, en la
vida diaria, albergan historias, desarrollos, procesos de cambio,
evolución. Es todo un gran amasijo intrincado a más no poder, de
vida. Energía en constante movimiento, movimiento hasta ahora, y por
lo que yo sé, imparable. No sé a donde puede llegar la sociología
si se libera y se abre en su manera de acercarse al mundo.
Lo
que yo sentí fue que todo era una pantomima. Y conforme más
consciente era de ello más angustiado me sentía, por tener que
vivir en un mundo de semejantes características. Yo, reclamando a
pleno pulmón pureza, y mi alrededor cortándome la cara como una
fría cuchilla de afeitar. Nunca pensé... si este es el mundo en el
que tengo que vivir, prefiero morir. Nunca podrán hacer los malos de
la vida algo tan feo como para que yo me suicide. No significa esto
que no me pareciese lo que mis ojos veían un grado mediocre y
mojigato de sentir...