miércoles, 2 de noviembre de 2011

enero 2011. La revelación del poder, y con él, los delirios de grandeza.


Su obra solo podía ser de una forma, grandiosa.
La formulación de la ley de levitación universal.
Se imaginaba su propia obra concluida, se la imaginaba enteramente acabada, intocable, incapaz de aceptar modificación alguna. Se imaginaba a si mismo sentado frente a ella, y ella mirándole, como en la lejanía, como a millones y millones de kilómetros. Finalmente se imaginaba a sí mismo suicidándose tras poner el punto final, al sella para siempre el cofre en el que había guardado íntima y escrupulosamente todos sus afanes, tribulaciones, alegría y desengaños.
Llegó a este ilusorio derrotero mental cuando entendió que era todo cuestión de pensar en imágenes. Sentía su propia mente como un filón a cielo abierto, como una herida abierta y sangrante de la que goteaban incesantemente recuerdos grabados a fuego en su retina.
Perdió el miedo. Solía ocurrirle antes que que le rondaban angustias y desesperaciones, forjadas bajo la creencia de que era necesario vivir mucho más y leer todos los libros posibles, para nutrirse de imágenes, símbolos e iconos que diesen coherencia a lo que quisiera contar. Pero, progresivamente, conforme fue escribiendo, entendió que no era así, que estaba cargado y era necesario escribir, escribir sin descanso, hasta la extenuación, para vaciarse, para dejar espacio, para poner un lienzo nuevo en el caballete y cambiar de paso los colores, las técnicas y el espíritu mismo con que se abriría al mundo y el mundo a él. De tal manera solo habría que seguir respirando y soplando al fuego que en su interior ardía cual lengua de espíritu santo. Fuego que era su vida, alimentada y sostenida por cada nueva bocanada, latido y salida matutina del gran astro, entre robustas moles de piedra y metal. Razón suficiente para no hacer nada más que sentir, ,escribir, y bailar alrededor de la ardiente hogera.

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