jueves, 3 de noviembre de 2011

Aun no he ardido, en consecuencia esta historia no está terminada


Estaba solo en casa. Hacía tres semanas que estaba aquí, pero yo soy una persona de tempo lento. Aun me estaba adaptando. En proceso, para ser exactos, de adaptación al medio. Era mi cuarto año estudiando fuera de casa (de la casa de mis padres), y todavía se me antojaba la vida sin mi familia como algo extraño, descompensado, incoherente. Como si no debiera ser así realmente, como si fuese forzar la realidad para que así fuera, pero realmente no el destino que yo me mereciera, que a mí me aguardara.
En unos de estos días, tranquilos, apacibles; cuando todavía no ha llegado el otoño, aunque según la hora del día comienza a dejarse su presencia. Llegué a casa de hacer algunos papeleos y operaciones burocráticas en relación a mis estudios. Conforme llegue abrí una lata de cerveza, de cerveza barata del supermercado. Ideal para la vida bajo el auspicio de las vacaciones permanentes.
Era ese el estadio en el que yo me encontraba mentalmente. Pero ya en el límite. Había estirado la cuerda lo suficiente como para que rodaran cabezas. Lo cierto es que no rodaron. Mis tres años anteriores no había dado mucho de mi. Y todavía me sentía rebelde. Me autoconsideraba como un pos-adolescente con suerte. Era cínico hasta el punto de afirmar que mis padres no tenían otra cosa en que gastar el dinero. Cogía el argumento orgulloso de mi padre encantado de pagarme mis estudios y lo utilizaba para reirme de su posición. Nunca le dije nada de esto a la cara. Como mucho me atrevía a vacilar y pavonearme delante mi amigo íntimo. Muy valiente era yo por entonces, como se puede notar. El tercer año había sido el peor, quizá todo fue degenerando cada vez más, tensándose poco a poco, pero tensándose en todo caso desde el principio. Conforme pasaba el tiempo más sentía que tenía que escapar de la situación en que me encontraba. Estaba estudiando una carrera que no me interesaba pero, ¿qué carrera podía interesarme a mí? Ninguna, cada vez fui odiando más la universidad, y la ciencia. Primero una cosa, y luego la otra. La universidad me decepcionó mucho a nivel cotidiano, yo nunca me preocupé demasiado de los funcionamientos internos, las estructuras, las maneras de mandar unos sobre otros ni nada por el estilo. Yo vivo en la cotidianidad. Tengo problemas con las perspectivas políticas y contrariamente disfruto con la historia. En realidad lo que ocurre es que disfruto con cualquier buena historia. Realmente es nefasto decir que la historia que nos enseñan sea una buena historia, al menos como es contada, pero en todo caso es una historia siempre genuina, aquello que sucedió, y cada vez te puedes acercar más a la actualidad, y siempre sabes que cuando te cuentan la historia se pierde mucho más de la mitad de la verdad.
En la universidad no se enseña nada, si vamos al caso, todo es pura pantomima. Si eres un adolescente interesado por el mundo, que se deja penetrar por la estimulación, que permite a su cuerpo vibrar ante la vida, en el instituto es fácil que empatices con profesores, que sientas cariño, calor, cercanía, deseo de empape mental. En la universidad no hay nada de esto. Y creo que yo nunca supere eso. Yo necesito, quizá no pasión, al menos no pasión reventada, saliendo a borbotones, porque eso acaba pareciendome teatrero, más bien, diría contenida, controlada; sincera, pero nunca desbocada. Y como decía, en la universidad no se enseña nada. El que pueda que coja algo, y la fuerza y el ímpetu quien lo tenga que lo saque, como si los desarrollos de las personas estuviesen finalizado, y los comportamientos, por tanto, fueran a permanecer estáticos, como si ya estuvieran determinado, sellados, como si ya no fuesen posibles nuevas configuraciones de las almas que estábamos allí presentes. Ahora me veo y casi diría que soy lo contrario de lo que fui, eso sería mentir, pero sin exagerar demasiado, me siento así.
A nivel de contenido, mi carrera si me atraía, al menos ratos, cuando conseguía empaparme sin ansiedad. Me costaba zambullirme en los textos, necesitaba un buen rato de calentamiento para estar a punto, con los latidos suficientes, los ojos relajados, los oídos pendientes de mi mismo, nunca del exterior, en definitiva, concentrado.
Por otro lado, la ciencia. Yo estudiaba ciencias sociales. En las ciencias sociales, de un tiempo para acá, y hace ya varias décadas, puede que más de un siglo, se asumió que no se podían establecer leyes universales. Hay demasiados cambios. Se intentaba observar la sociedad como si fuese un leopardo que se mueve por la sabana. El leopardo, por rápido que se mueva, si se le observa, se le filma, se estudia su estructura osea y muscular, sus comportamientos, su forma de supervivencia, ese puede saber mucho de él. Y lo que se sepa, aunque de vez en cuando puedan aparecer comportamientos y situaciones sorprendentes, queda registrado y no cambia. Los humanos no podemos hacer una fotografía de nosotros mismos en la que quede registrado todo lo que somos, y lo que vamos a ser, ni siquiera cosas básicas; no a nivel social y tampoco individual, psicológico, siendo estos palabros en realidad inseparables.
La aseveración de que era imposible establecer leyes universales infalibles no era en el fondo más que un primer paso en el razonamiento de que las ciencias sociales podían llegar al conocimiento, pero que este conocimiento, no tiene la misma estructura que el conocimiento de las ciencias naturales, como tampoco maneja el mismo tipo de verdades. Digamos que los aspectos de la realidad que tratan las ciencias sociales tienen que ver con sutilezas que están dentro de nosotros enmarcadas en los humanos. Es decir, que los científicos sociales son humanos que estudian humanos, a sus semejantes y a si mismos. El nivel de pretenciosidad que supone el hecho de intentar alumbrar los laberínticos túneles que el conocimiento plantea en este sentido es muy superior al de las ciencias naturales. No quisiera yo quitar mérito a las ciencias naturales, pues son inseparables de las ciencias sociales, en el sentido de que aquellas están desarrollas por humanos, e inevitablemente también son objeto de estudio de las ciencias sociales. Y, he aquí una gran clave: objeto de estudio. Estudio llevado a cabo por un sujeto. El siguiente paso en el alejamiento, distanciamiento, de una rama de la ciencia y otra, si es que esta segunda debe seguir llamándose ciencia, por aquello de las dificultades de llevar a cabo un método científico que no me levante las comisuras de los labios; el siguiente paso consiste en acabar con el dualismo sujeto-objeto. Hay que matar esa idea, superarla, por más duro que nos sea sobreponernos a ello. Aun predomina, aun se enseña en esos términos. Pero creo que la verdad está más cerca de la ida de que el otro soy yo, he incluso lo otro soy yo. Somos humanos, y de alguna manera somos todos el mismo humano en tanto en cuanto vivimos en el mismo mundo y nuestros antepasados vivieron en el mismo mundo y compartimos la esencia. Albergamos como seres vivos las misma potencia que los seres humanos que habitaban la tierra hace miles de años, somos lo mismo. Y de alguna manera, aunque pueda parecer más radical aun, también somos nuestro entorno, somos la naturaleza que nos rodea y, como seres infinitamente creativos y potentes, somos todas las modificaciones que hacemos en nuestro entorno. Nuestra alma no solo llega desde la punta de los dedos de nuestros pies hasta el extremo más alto de nuestro cabello sino que va más allá. Está en lo seres con los que nos relacionamos directamente, y está en los objetos con los que nos relacionamos directamente. Y esos objetos con los que nosotros nos relacionamos y también con las personas, en la vida diaria, albergan historias, desarrollos, procesos de cambio, evolución. Es todo un gran amasijo intrincado a más no poder, de vida. Energía en constante movimiento, movimiento hasta ahora, y por lo que yo sé, imparable. No sé a donde puede llegar la sociología si se libera y se abre en su manera de acercarse al mundo.
Lo que yo sentí fue que todo era una pantomima. Y conforme más consciente era de ello más angustiado me sentía, por tener que vivir en un mundo de semejantes características. Yo, reclamando a pleno pulmón pureza, y mi alrededor cortándome la cara como una fría cuchilla de afeitar. Nunca pensé... si este es el mundo en el que tengo que vivir, prefiero morir. Nunca podrán hacer los malos de la vida algo tan feo como para que yo me suicide. No significa esto que no me pareciese lo que mis ojos veían un grado mediocre y mojigato de sentir...

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