Me
dijo: estoy aquí para ayudarte, no dejaré que te caigas. Estoy a tu
lado, te abrazaré hasta que te quedes dormido. No tengas miedo. Solo
estamos tú y yo, unidos en un solo punto, en medio del universo,
separados de él por un abismo que no queremos salvar. Estamos bien
aquí, tú y yo, no necesitamos más. Nos bastamos, pero no nos
sobramos, nos necesitamos sobradamente, no sobrevivimos si no nos
tenemos, aun cuando nos odiamos. Todo el mundo nos odia, solo
existimos para nosotros mismos, y es un error, pero no podemos hacer
nada por cambiarnos, ya lo hemos intentado, como tampoco podemos
hacer nada para dejar de hacernos daño.
En
sueños, me eché a llorar, ya me estaba hartando, no tenía más
ganas de ese sueño. La piel comenzó a plegarse sobre si misma,
creando ondulaciones, y mi órganos se separaron unos de otros, se
disolvieron en el aire, se volatilizaron.
Me
despierto de un espasmo en la pierna. Legañas como caracoles me
cubren los ojos. La sábanas asquerosas de sudor y semen. Tersas,
acartonadas. El sol colándose descabelladamente. Otra mañana más
que me despierto solo, una chusta me espera. Primero aclaro la
garganta, al final, uno coge respeto a ciertas cosas, y la garganta
hay que cuidarla. Yo recuerdo que a mi me lo dijo mi hermano, y
comentó que a él se lo dijo una amiga suya de tal manera que él
siempre lo recordaba, y esa chica no debía ser nada idiota. Porque
al final, uno acaba por comprender que lo mejor que guarecerse.
Pero
ahora no llevo ropa encima, no tengo ninguna necesidad. La primavera
entra cabalgando por mi ventana, solo el ruido de un potente torrente
de coches amortigua las trompetas celestiales. Tengo los huevos
pringosos, también el pelo, la espalda aun luce potentes granos de
post-adolescente. Mi frente y mi nariz están brillantes de la grasa
que albergan. Hoy, no me puedo quejar, las tostadas también serán
de pan con rodajas de tomate cubiertas con sabroso jamón serrano
cortado en lonchas como dedos pulgares. Es un poco basto, pero es un
jamón cargado de mucho amor, enviado desde Badajoz, por mi santa
madre que tanto me quiere a pesar de lo tonto que piensa que estoy.
Que duro ha de ser eso de tener unos calavazos semejantes a mi
hermano y a mi, tal y como hemos salido.
Todos
se han ido, la casa es mía por unas horas. Estoy solo, y lo más
divertido que puedo hacer es pasearme desnudo por la casa, y uno se
cansa pronto de eso. Siempre tiene más gracia cuando pueden
pillarte. Me tomo mi tiempo con el desayuno. No tengo ninguna prisa.
Leeré un rato y quizá toque la batería. Siempre hago menos de lo
que quisiera, casi nunca hago nada con asiduidad, apenas soy capaz de
sistematizar mi comportamiento. Tengo la sensación de estar atrapado
en una tela de araña que yo mismo he tejido, anclado en mis propias
hipócritas premisas. Algunas miradas se me clavan y me atraviesan,
facilmente ven mi fondo, porque no tengo apenas donde escorderme. Se
me ve el plumero, y acabo por acostumbrarme a respetar a quienes me
calan. El miedo no podrá tumbarme, dado que sé que todo el mundo
creé ver. Pero todos tenemos unos grandes caracoles en los ojos que
pasean cada mañana por nuestros parpados, dejando un rastro de baba
que distorsiona todo lo que percibimos a nuestro alrededor.
Soy
un chaval joven que desperdicia su tiempo, minusvalorándolo
indebidamente. Consumo con ansiedad el hachis que me queda, con la
idea de no pillar más. No fumar más, mañana volver a intentar lo
que no conseguí jamás. Engañarme es lo que mejor se me da, pero no
puedo engañar a nadie más. Salgo a la calle con alguna tonta
excusa, apenas me pongo algo de ropa ya se me ha olvidado lo que
quería comprar. En realidad solo quiero pasear, hace un día
magnifico, y no hay nada que me apetezca aprender hoy.
Nada
de esto me lo creo ni yo, aunque la música me revienta los odios,
los gritos me sobrecogen y me hace vibrar, todo está muy lejano, fue
grabado hace años en estudios a kilómetros de donde yo deambulo.
Estoy perdido, busco el imposible en la mañana de la cotidianidad.
Los problemas no están aquí, pero tengo que crear mi propia novela,
sentirme especial. Aunque ahora no halla ninguna chica que me quiera
follar, hoy no pienso sentirme mal. Aun tengo tiempo, tengo muchas
cosas en las que pensar. Mientras no sea capaz de organizar ciertas
ideas no podré avanzar. Necesito claves, asideros. Pero estoy
tranquilo, el camino se hace andando.
Sufro
ataques de ansiedad leves.
Mis músculos se agarrotan, mi corazón comienza a palpitar
violentamente, mi mandíbula inferior a bailar sobre al un ritmo de
rock duro. Una neblina oscura me ataca por los flancos, me apoyo en
la puerta para recuperar la respiración, mi cuerpo se cae a cachos,
soy joven y ya estoy cascado, tengo que volver a empezar. Salgo
sensible a la calle, con la mirada entornada, los ojos enrojecidos y
la cara estirada con todo el pelo recogido en un moñito sexy que me
ha dado ahora por hacerme.
La
gitana rumana que pide en la puerta del super me mira atolondrada, a
ratos tiene calor y se quita la chaqueta, a ratos se la pone, a veces
da patadas al aire con rabia y otras sonrie y camina nerviosa de
arriba a abajo. Tranquilamente un negro con rastitas muy cortas, muy
sereno y mirando al frente, ofrece un periódico que todos los negros
ofrecen en las puertas de los supermercados de Madrid.
Tropiezo
mientras ando, tengo la sensación de que todo el mundo se ríe de
mi. Cruzo en rojo y casi me atropellan. Compro tabaco en el estanco.
Voy mirando desvergonzado todas las caderas que pasan cerca de mí.
Compro unas naranjas en la frutería que me convenció hace ya varios
meses, los ojos color miel de la dependienta me sobrecogen, es muy
bella. Sudamericana, quizá un poco más baja que yo, con treinta y
tantos años a sus espaldas, probablemente casada y con hijos. Sueño
con abrirle yo a ella mi frutería. Son sus ojos lo que me embaucan,
no puedo evitarlo, es más que sexual, es cósmico. Me siento
risueño, subo el volumen, y termino mi ruta comprando una barra de
pan y un pack de seis voll-damm doble malta. Cervezas pontentes que,
por supuesto, no me merezco.
Subo
a casa, saltando los escalones de dos en dos. Con el estómago lleno
del gran desayuno que me he zampado. Pensando ya en hacer la comida,
un porrito, una cervezita. Continuo solo, no necesito a nadie más
para montarme la fiesta.
Miro
atrás en mi vida, y puedo recordar soledad. Ahora aquí, me siento
como en medio de una gran corriente de energía, mucho absurdo, mucho
moco repegado. Yo, sin apenas controlar lo que hago, me limito a
ralentizar mi tiempo, derrocharlo, aprovecharlo a un ritmo lento. Me
da igual, lo hago sin pensar, sin quererlo controlar. Como haya de
ser, será. No cuento para nadie, no tengo a quien llamar. Todo el
mundo esta inmerso en sus deberes cotidianos, en sus respectivos
trabajos y estudios. Yo también participo de eso, tengo mi matrícula
pagada, por supuesto, pero le saco menos partido del que mis padres
quisieran. Tras confesiones varias por diferentes canales y personas,
puedo también aquí asumirme una vez más como culpable de mi
situación. “La fortuna se la crea uno mismo”. “Nadie viene a
hacer las cosas por uno”. Sé todas esas cosas, al menos de
memoria. No soy responsable, no valoro. Seguramente tú, lector
ficticio, pantalla plana que me mira, también te estás hartado de
mis autoflagelaciones. Aburro a cualquiera con este tono. Pero...
Ah!
No son autoflagelaciones, soy un espeso, lo reconozco, no tengo
prisa, eso ya lo he dicho. Dicho esto, solo añadir que no me
importa, que haré las cosas como consiga encajarlas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario